21 de septiembre de 2009

5.Sonrisa


-Mia y Marlon-

   -Buenos días.
   -Buenos días,-respondió automáticamente Mia tras el mostrador, y como no, la sonrisa. Esa sonrisa que cada vez le costaba más que asomase a sus labios. Pero bueno, nadie parecía notar que fuese forzada. Total, ya eran muchos años de práctica. Alguna que otra vez una vocecilla la instaba a intentar recordar qué se sentía al sonreír de corazón, pero en seguida su mente racional acallaba esa voz. "Yo sé lo que es mejor para ", parecía decir, "total, estamos bien así,no?" Si esto era cierto, era algo que Mia no se planteaba más allá de 2 segundos.
   Cuando la cliente se hubo marchado salió a recoger las mesas. Fuera llovía, y aunque era temprano no había nadie en la pastelería. Ensimismada observó las gotas caer en los cristales, sin darse cuenta de que la puerta se había abierto de nuevo.
   -Perdona...-la voz la sobresaltó.-¿Me pondrías un café?
   -Sí...claro.
   Rápidamente se alejó a la barra y puso en funcionamiento la cafetera. Mientras preparaba la bandeja miró por encima del mostrador al muchacho que acababa de entrar. En esos momentos se quitaba la empapada chaqueta y se sentaba tirando la mochila al suelo. Era un cliente habitual con el que había tenido alguna conversación sin importancia. Si no recordaba mal ese año había empezado a trabajar como profesor de gimnasia en el instituto del barrio. "¿Cómo le irá siendo todos los alumnos más altos que él?", pensó a la vez que una leve risa surgía de sus labios. Por suerte el ruido de la cafetera evitó que la oyese.
   -Aquí tiene el café.
   -Gracias- contestó amablemente el chico.- Con el tiempo de perros que hace se agradece algo calentito.
   Mientras fregaba tazas siguió observándole disimuladamente. En esos momento se revolvía el pelo mientras repasaba los apuntes de un cuaderno. Le resultó una escena graciosa, pero que fue interrumpida por unos golpes en el escaparate.

   -¡Profe!,- gritaban tres chicos atabiados con el uniforme del instituto.- ¡Qué va a llegar tarde!

   Alarmado (y despeinado), recogió aprisa todas las cosas de la mesa y velozmente cruzó la cafetería. Al llegar a la puerta se volvió y soltó a Mia un alegre - ¡Hasta mañana!
   Ella vio como se alejaba bromeando calle abajo con sus alumnos, y, sin darse cuenta y mientras terminaba de recoger sonrió. Una sonrisa, por fin, no fingida.

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